El Jurado del prestigioso Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas, cuya novena edición se llevó a cabo este año, ha dado a conocer a los ganadores. De entre los 220 poemas recibidos, a continuación, se presentan los tres poemas ganadores de esta edición:
LA LETRA M / Johan Reyes
en casa mamá es un animal vacío subjuntivo horizontal existe porque lo nombro su herida supura desembocando leche por el pecho por la boca por los ojos sus miembros colgantes sin mi hocico de perro que la sepa beber las estrías son memorias decía sí preguntaba memorias de cosas vivas cosas que fueron creciendo convirtiéndose en machetes que se acicalan con la carne hasta que duele la lengua en casa la voz humana es un grito la m no existe por eso -a-á es un ani-al que ya no -i-a que ya no a-a que ya no cerrando las puertas sin saber de su letra acuática punzante ondulada su día en mayo de Maya su acepción senil como el idioma he vuelto a soñarla para temerle al peligro de las sábanas limpias que hacían las veces de soga como hacía cuando le era difícil volver se lanzaba al abismo sorda dormida creando nuevas reglas que la enterraban con mis manos de hijo para que entre ellas siempre estuviera la culpa —madre, si yo te saqué los ojos, no sé cómo devolverlos. no sé a quién. no sé quién quiere los ojos de alguien que no es en casa la m ya no se busca entre las flores ni en los atardeceres de pan y café con leche se busca en lo que persiste de la miseria vulgar de lo no trascendente gusanos carroñeros astillas mordidas de zamuros o peces salvajes con el estómago relleno de sus larvas y todavía me pregunto qué será una letra y el animal responde animal el sonido que forma una boca el chorro seco de sangre de una cosa muerta *
2º Premio ARAYA / Oriana Nuzzy B.
Reverón diría: yo quedé cegado, completamente cegado con la luz del litoral. Más bien queda el blanco, quedan las formas. Margot Benacerraf, a propósito de Reverón La orilla es tendedura de sustancia almacenable y alguna equidad. Los crustáceos, como ojos, se acostumbran. Por acuerdos, lo intentan. Aguarda —la sal— su momento de habitar canastas. Dispuesta a confabular el terror sobre un horizonte ampliamente llano. Órbitas oblicuas, destierros en la arena. [La escena anterior se repetirá a cada comienzo, sin dejar escapar generación alguna. Como imagen solapada, evadirá al espectador, pues su recorrido, él desconoce]. narradoras: la intensidad fue, alguna vez, semejante a latitudes marinas. Inclinados estarán, deseosos por clarividencias. Ellas —han dominado la transmutación de los tiempos en cuerpo vivo, cuyo idioma será, más adelante, luminiscencia. daria— a razón de un resquebrajamiento hubo mi piel de lado desteñida. Se dirá: sobre esta tierra nada creció. A quienes benefician mis omisiones, “la que sopla el fuego”, en lo laberíntico de esta sal, me llaman. Reiterados sean mis incrementos narradoras: ¿de qué viven las cármenes? incertidumbres a las que intentan aferrarse. Como si bajo este sol se pudiese escoger pero hemos de seguir, mientras continúe la fatiga al ser cúmulo de luz, sin poder tocarme el rostro de madre y se filtra narradoras: enfocada la huella, anticipa los espectros difuminado transcurrir que me desaloja el mar sin concurrencia “¿a cuánto el carite y la chicharita, ¿a locha?” un diálogo arrinconado a fondo, en una proyección que sigo creciendo a niebla fina, voluptuoso tráfico donde —juntos sus veleros estarán. [Ocurre bajo esos pies —el acoplamiento en la serenidad de planicie reseca. El viento y a lo lejos la costa —retumban de ese lado. Son varias sus cuevas]. luisa— reúnalas todas posteriores a mí a un ritual que sobrepasa la sal. Quema de los ojos, es trayectoria en un zohar que apelmaza lo que sobre esta tierra no crece narradoras: olvidados los niños que juegan al fondo. Esos—no crecerán por fuego avasallante, serán contenidos en su abundancia que preserve lo excluido en la recolecta, sin costa, nunca ha habido viento y con mi nieta las caracolas han de ser, para los muertos, sombra las flores no proyectarán la tierra y las sobreviviré sí habré de tomarle el agua, estaré en cartografía que así no veo y por eso amaso el maíz uniéndome sin sobresaltos en nuestra noche sin letargos y vislumbro la marcha. [Presentada diminuta, hay una distancia entre figura y paisaje, tambaleante en búsqueda de encuentro. Se volverá materialidad al momento de rememorar el rito]. Carmen— las he escuchado de cerca confiriendo palabras como si ellas fuesen. Lo mío, no obstante, es arqueología marina sobre tierra, narradoras: su revolución ocurre cada tanto, a ritmo de pisada insondable costumbre de suma entre quema y suspiro volando y rodando las caracolas en la canasta investida por la abuela traerán aguas quietas y transparentes remolinos de aire que disiparán mi niñez juntando los difuntos narradoras: fueron tomadas las colinas por las jornadas sin brazos y las luciérnagas no serán invisibles el mar está lejos y lo veo ¿será de mí la sombra? en nosotras lo copioso perpetuará esta tribu lo que no ha de crecer, ha muerto ya y mi colecta es de espuma. *
3º Premio GRAFÍA SALVAJE / Leonardo Rivas Lobo
Horada el silencio o la tierra con ese pulso cursivo de sus garras; apresurada atarraya para rasgar luciérnagas o garabatos. Aprendió que huir es olvidar al sol, cruzar la elipsis de la noche con la sobreesdrújula fuerza de la gravedad sin dejar de (ex)cavar: dinamitar fronteras, sortear historias. Hay una inclinación tenue en las consonantes que labra. En sus L late una tendencia a reclamar mares o cielos que no le caben en el pecho —viajero frustrado—; también hay cierta displicencia ante lo rígido, lo dictado por otro en los manuales de cómo hacer túneles —escribir—. Su lengua de arcilla apenas hace ruido entre la grava y el corazón de mamífero ermitaño; sostiene lo hallado en la complicidad de lo subterráneo, resguarda lo dicho por otros, que se filtró como agua de otro tiempo. No hay sonido que no lo inquiete, rayos o aullidos; piensa que todo lo que (re)suena es el jirón de un grito derrumbando paredes. Pocos lo han visto ahondar entre las vocales para dar con el inicio de una madriguera —poema—. Sus e se deshacen con la lluvia, son débiles y variables parecen diluirse ante cualquier adjetivo. Nunca escribe —cava— de la misma forma, desconfía de todo lo que hacemos hasta el cansancio del hueso. Le inquieta escucharse o verse, es frágil, torpe y sensible ante luces o rostros; se conforma con intuir. Su escritura —el túnel— revela esa especulación; el inusitado deseo de nunca ser el mismo. (Ex)cava porque es curioso, a veces piensa en la soledad de los satélites; sus órbitas mendicantes, alrededor de enormes planetas desconsiderados y se pregunta: ¿quién estudia u ordena los átomos de la periferia? Es una espera su vida, y el verso un germen que invade, que se cuela como gusano entre raíces. Cree que tiene voz, la escucha serpenteando junto a él, amaestrando oclusivas velares sordas y puliendo nombres. Sus o son tímidas y siempre parecen ser otra letra, acaso el sueño de un abismo o el ronco trote de un elefante. Nadie se ha detenido a descifrar sus onomatopeyas extrañas; oraciones imbuidas con los secretos de manantiales no descubiertos todavía. Horada la tierra o el silencio para formar sus grafías del topo: revelar constelaciones en el vidrio —quien lee: funde arena—